miércoles, junio 10, 2015

Estoy cansada

A veces me dan ganas de dejar de leer noticias, no enterarme de lo que sucede en mi país. A veces quisiera no echarle una leída por encima a las notas en facebook, twitter y mucho menos no publicar nada relacionado con nada que no sea más que un chiste, un comentario absurdo,una broma. A final de cuentas, como si mi activismo de facebook realmente sirviera para algo, como si las peticiones que firmo llegaran a ojos lectores con ganas de tomar acción. Tanto drama, tantas injusticias, tantas promesas no cumplidas, tantas fallas de un sistema que cada vez alimenta mejor a los ricos arrebatándole más a los pobres, cada vez más diferencias, más carencias, más tristeza.

domingo, enero 18, 2015

El café San Francisco

El café San Francisco está justo a un costado de la fiscalía Coyoacán de la PGJDF, pero cuando vi a dos uniformados corriendo a toda velocidad directamente hacia mi, yo todavía no sabía esto, así que no pude más que pensar "ya valió madre" y faltaron milésimas de segundo para que levantara las manos pensando que me sembrarían quién sabe qué cosas. Pero no, siguieron su carrera sin apenas mirarme. El San Francisco, que es atendido por su dueño y del que casi podría jurar es un ex comandante de la procuraduría vecina, no genera una mejor impresión en un inicio, después de todo es un tugurio mal iluminado con techo de plafones húmedos y medio caídos, sillas y mesas de plástico sin ningún orden, una auténtica bola disco al centro y un tubo de bule que ha sido manoseado (y ¿cuerpeado?) por carnes seguramente poco candentes. Tiene una barra que no ha visto un trapo en mucho tiempo y en una esquina se puede apreciar un altar a San Judas Tadeo tamaño familiar. En resumidas cuentas ¡es sensacional! Después de echar una rápida ojeada por el lugar, mis ojos se toparon con un rostro que me pareció extrañamente familiar ¿quién, quién, quién...? ¡Pero claro! Justo apenas hace un par de meses atrás había descubierto por completa casualidad una canción que me emocionó y se grabó en mi como favorita. Como en el radio no dieron ninguna información sobre la canción o el autor, hice una búsqueda en internet y entonces conocí a Carlos Arellano, rockero mexicano que vio sus mejores años en los infames 80's; figura en la cual el mismo Saúl Hernández (entre muchos otros) se inspiró para sus primeras incursiones en la escena musical. Ahí estaba él, el llamado "maestro" por los que aprecian y saben del rock rupestre. No solo eso, en el lugar se llevaba a cabo un evento con otros "maestros" cuyos nombres yo desconocía pero todos los parroquianos coreaban sus canciones a grito pelado. (En algún momento entonaron "metro Balderas" y ahí sí, todos recordamos a Rockdrigo cantando a coro, chocando nuestras chabelas de cerveza aguada). Los parroquianos, por cierto, puedo asegurar que son parte de la decoración, pues siendo de lo más variopinto se mezclaban perfectamente con el resto de los demás: Había una vejita arrugada en un ricón zapateando a pierna suelta al ritmo de cada canción, por ahí un gringo de mirada perdida pedía mota en inglés a todo el mundo, estaban los rockeros amigos de generación de los músicos: pelo largo y completamente encanecido, barrigas descomunales y chamarras de piel. Atrás de nosotros, en otra mesa, estaba un tipo con toda la pinta de investigador de la procuraduría recién salido de cualquier película mexicana de hace 3 décadas. En la barra se acomodaron dos mujeres inmensas con tacones que desafiaban toda ley gravitacional y vestidos que apenas cubrían lo indispensable. Ahora que lo pienso dudo que fueran mujeres. Y así, nos dejamos envolver por la noche, entre tertualianos comunes y unos cuantos agregados, charlando, brindando y rockeando, hasta que sin muchos aspavientos el concierto dio por terminado y contentos, pero agotados después de días de trabajo intenso, decidimos partir. Al salir, miré sin disimulo a Carlos Arellano y le sonreí como despedida agradecida por habernos regalado tan bonita canción.

jueves, octubre 02, 2014

Del tingo al tango

A veces está una muy campante, dejándose llevar por la vida, cuando de repente suceden cambios, se terminan ciclos, se presentan nuevas situaciones, en fin, suceden cosas que provocan que el rumbo cambie... al menos por un tiempo. Así es que después de semanas andando de aquí para acá, donde una ciudad de residencia definitiva es menos que probable, vamos de vuelta a Mexicalpán de las garnachas. El Defectuoso de mis amores (sí, no me da pena decirlo) nos espera con sus viaductos abiertos. O cerrados, todo depende de la manifestación del día (fuerza IPN). Y la hermosa Guadalajara de mis desvelos nos aguarda para una nueva visita inesperada, o no tanto. Pronto, eso sí, estaremos otra vez entre tortas ahogadas y tequilas. Y cuento todo esto porque estando de un lado para el otro, haciendo cosas aquí y allá, es fácil irse desprendiendo de cosas, de recuerdos, de lugares comunes... los miedos cada vez se van haciendo menos, aunque la incertidumbre siempre cala. Es una sensación extraña porque a pesar de la distancia, me siento cerca de muchas personas. La distancia es una barrera que no existe, pues siempre está latente la posibilidad de estar. La zona de confort se va ampliando y las posibilidades de hacer y deshacer se multiplican. Por eso hoy, a las 9 de la noche del jueves 02 de octubre (no se olvida) estoy de nueva cuenta en la Ciudad de México, molida de andar con la casa a cuestas en un autito que resultó todo un valedor, pero feliz de saberme lejos en la distancia y cerca en el corazón. Es curioso, cada vez que pregunto cuáles son las mejores ahogadas de la ciudad, obtengo diferentes respuestas. Lo único cierto es que siempre hay unas mejores para cada quien. Y yo, 30 años después, todavía no encuentro mis favoritas. Ya regresaré pronto a buscarlas.

domingo, agosto 24, 2014

De la terriblemente deliciosa nostalgia por sentir recuperado un sentimiento de feliz sorpresa al descubrir como nuevos a viejos autores de antaño.

Toda la pinche culpa la tiene Caifanes. Si no hubieran sido tan populares como se volvieran y no hubieran gracias a eso cerrado las puertas de la fama voraz a otro montón de músicos talentosos, yo hubiera descubierto a Carlos Arellano desde mis más mozos años adolescentiles y no hace apenas una hora, a mis treintaypocos. Y es que claro, mi acercamiento a la música es muy por encimita y desde lo que iba escuchando por ahí, nadie me ilustró ni compartió conmigo su sapiencia musical, así que de pura suerte salí bien librada al preferir siempre el rock sobre cualquier porquería popera. Fue así como esta tarde, tequilera y tormentosa, escuché por casualidad una hermosa canción llamada "Canción para Aleida" y lloré como hacía mucho no lloraba, sacando de sopetón todos los llantos que traía ahí apelmazados en el pecho y mientras mis ojos se aguaban cada vez más, me imaginé que me llamaba Aleida y que alguien me cantaba así bonito y al oído. Y sentí una emoción que hace mucho no sentía por descubrir música que me movía algo por dentro, y recordé esa sensación de juventud cuando escuchaba canciones que me gustaban y me sentía viva y me tumbaba boca arriba sobre la cama con la cobija de cuadritos de colores que me acompañaba desde la infancia y corría a presionar play en el stereo para grabar cassettes que luego escuchaba una y otra vez y otra vez. Y miraba el techo y me imaginaba historias y aventuras que nunca cumplí. Hilaba diálogos que nunca ocurrieron y planeaba encuentros y conversaciones que no sucedieron. El clic que se grababa al apretar los botones de play y stop entre canción y canción.

sábado, octubre 26, 2013

¡Viva la inestabilidad!

Creo que la estabilidad está sobre valorada. De verdad. Estoy convencida de ello. Pasamos nuestra vida en función de conseguirla como si fuera una presea dorada: Compramos casas de proporciones milimétricas endeudándonos de por vida porque a fin de cuentas, todos queremos tener un patrimonio ¿no?. Nos casamos con la efímera ilusión de que será para toda la vida, porque ni modo que no, si para eso se para una frente al altar. Nos deslomamos día tras día en trabajos que no nos gustan pero de los que no nos atrevemos a retirarnos ¿Por qué entonces qué vamos a hacer? Y es que perder (o elegir dejar) la seguridad de un empleo, una casa o un matrimonio genera incertidumbre y ansiedad. No sólo eso: provoca una estrepitosa sensación de fracaso también. Y por si hiciera falta algo más, también trae consigo una reprimenda social muy severa. Las opiniones son todas las mismas. Pero ¿qué pasa si nos atrevemos a dar ese salto al vacío? ¿caemos y nos estrellamos? Difícilmente. O probablemente sí, pero no importa: estar en el suelo resulta aburrido, siempre terminamos por levantarnos. Muchas personas calificarán de una locura (por decir poco) la decisión del salto ¿perder seguridad y estabilidad? ¡Es de locos!. La estabilidad emocional tampoco es lo más emocionante del mundo. Sin locura no se crearían las cosas más bellas, y fantásticas de la vida, no vibraríamos con montón de deliciosas sensaciones, no nos atreveríamos a hacer cosas aventureras y muchas veces hasta estúpidas y sin sentido. Si fuéramos estables todo el tiempo seguramente andaríamos por la vida mucho más tranquilos, pero definitivamente no más felices, estoy segura. Porque hacer lo que realmente quieres, lo que verdaderamente te hace feliz muchas de las veces implica riesgos, aventarte a la nada, decidir a ciegas. Y las consecuencias pueden resultar desalentadoras, pero darse la oportunidad de atreverse tiene un par de regalos escondidos: aprendizaje y libertad. Justo hoy, precisamente hoy que pensaba en todo esto porque nada es casualidad, encontré esta frase: "Me doy cuenta que si fuera estable, prudente y estático viviría en la muerte. Por consiguiente acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales porque ése es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante". Así sabiamente lo expresó Carl Rogers y brindo por ello. Tomé el camino de una vida llena de vericuetos, perplejidades y emociones, a costa de muchos momentos confusos e inciertos. ¡Salud!

lunes, octubre 07, 2013

Nostalgia

De repente hay días en que me da por ponerme nostálgica y me pongo a pensar en antes, cómo era todo antes. Y no es que ahora las cosas vayan mal, al contrario, podría decirse que en muchos sentidos van mucho mejor de lo que hubiera pensado, pero así es la mente, tristemente a veces le da por esos arranques de ¿te imaginas que hubiera pasado si? y entonces empieza a divagar solita sin freno que la pueda detener. Me pongo a pensar en la ciudad en la que vivía, en la gente que dejé atrás, en las relaciones que no siguieron, en los lugares comunes, los sitios que recorría de forma cotidiana sin prestarles mucha atención y que ahora siento que me hacen falta. Ahora, en este justo momento, en un rato seguramente no será así. Pero es que así es la nostalgia, llega como un rato de añoranza que se desvanece un rato después. Y me empiezan a asaltar recuerdos, tantos que se van amontonando unos contra otros y se van confundiendo entre sí, las fiestas se empiezan a mezclar con otras reuniones, gente distinta a la que probablemente realmente asistió a una ida al cine. La vez que fuimos a Chapala, tantas veces que fuimos a Chapala ¿quiénes iban ese día? Cuando nos hicimos la pinta de la escuela ¡Fueron tantas! Y las veces que nos quedamos encerradas en una casa emborrachándonos hasta terminar como bultos, ese café en que confesé la decisión de la separación, ese otro en que nos dimos cuenta que no había marcha atrás. La vez que mudé de casa ¿cuál de todas? si pareciera que soy gitana con tantas mudanzas. Ese día que celebramos mi cumpleaños en el karaoke. Las visitas al karaoke son tan cotidianas para mi. Las salidas nocturnas, los eternos paseos en bicicleta. Cuando viví con mi amigo Ernesto ¿se acordará de mi? Qué bien la pasábamos desvelándonos cada noche, chismeando, artisteando. La despedida de soltera en Playa del Carmen... ¿por qué no me porté mal esos días? ¡Quería tanto hacer tonterías! Y así me sigo, saltando de un momento a otro, recapitulando sin orden cronológico, muchas cosas se revuelven y quisiera recordar con más precisión. Antes, como ritual de inicio de cada año compraba una agenda, no para programar mis actividades sino para registrar lo que hacía a lo largo del año, era mi manera más fiel, íntima y personal de recordar cada cosa. Pero casi siempre se me olvidaba registrar cosas o utilizaba código que no era capaz de recordar. Es frustrante no recordar los propios jeroglíficos. Y me acuerdo de todas las veces que caminé por Chapultepec imaginando que un día viviría entre esas calles. Y ahora me doy cuenta que ya no será, que muy probablemente eso no sucederá porque las decisiones que he tomado me han llevado por otros caminos, que casi siempre me hacen feliz, muy feliz... pero hoy, no tengo ganas de serlo.

martes, octubre 01, 2013

Primera entrevista de trabajo... en años

Después de cuatro años de estar del lado del entrevistador, ir a una entrevista de trabajo es extraño. Por otro lado, es decepcionante detectar todos y cada uno de los errores de entrevista y no poder mentarle la madre al entrevistador; pero es más feo entender la bateada disimulada y darse cuenta a la perfección que nunca llegará una llamada de respuesta positiva.

lunes, septiembre 30, 2013

Curso intensivo de gandallas al volante

Por desconocimiento del reglamento de tránsito del Distrito Federal ayer inmovilizaron mi autito. Le pusieron una "araña" y una multa que junto a la línea de captura decía "¡Ja! ¡Estúpida!" (o eso me pareció leer, pudiera ser que esa frase haya surgido sólo en mi cabeza) Corrí a pagar después de hacer la vaquita y llamé para que fueran a quitar el inmovilizador. Mientras esperaba veía cómo la gente que pasaba me miraba con sorna, y lo entiendo: la falta que cometí era una obviedad y una tontería pues pensé que el espacio público realmente lo era y mientras no estorbara cochera, ni calles, ni banquetas, ni rampas yo podía estacionarme libremente. Ilusa de mi. Por la tarde descubrí que ilusa no soy, sino pendeja, aparentemente soy la única pendeja en esta ciudad que respeta los señalamientos de tránsito (cuando no me estaciono en lugares donde aplica el parquímetro) y que conduce con un sentido de solidaridad y colaboración con los otros. Por otro lado también aprendí una lección que escribiré en letras de oro en mi parabrisas como una máxima imborrable: "Nunca te metas con otro conductor, no sabes cuál de ellos tendrá un brote psicótico ante la menor provocación" Así que ahí iba yo al volante tratando de no sucumbir a los embates del estrés trafiquero cuando un camionero que no tuvo tanto éxito como yo en el manejo de sus emociones me aventó su unidad haciéndola bufar como toro bravo y sonando su bonica desesperadamente por no avanzar cuando el semáforo estaba en rojo. ¡El semáforo estaba en rojo! ¿Mi reacción? Sacar mi manita por la ventana y hacer una ademán que podría interpretarse como "Relájate compañero, no avanzarás más rápido de esa forma" Y con ese ingenuo acto me había ganado un enemigo. La calle era de un solo carril (al menos uno con circulación porque en los otros dos intentos de carriles sólo había filas y filas de autos estacionados) y el camionero no tenía manera de rebasarme así que tenía que avanzar detrás de mi. Cuando reanudamos la circulación, yo avancé lentamente, muy lentamente, moviéndome apenas unos cuantos metros. Esto sí lo hice nomás por joder. Muy chingona yo. Pobrecita. El chofer estaba desesperado, sonaba la bocina, se me pegaba y cuando estuvo a punto de chocarme decidí que ya había tenido suficiente. Pero el chofer no había tenido suficiente ¡oh, no! Siguió amenazándome con su unidad, pegándose a mi pobre autito y sonando su bocina. Fue ahí, justo en ese momento cuando se me ocurrió que quizá me había puesto con Sansón a las patadas. Llegamos a avenida Revolución donde el semáforo me tocó en amarillo. Aparentemente amarillo significa "hunda el pie en el acelerador y no se detenga" pero yo en mi infinita ignorancia lo que hice fue frenar. Y al camionero no le quedó otra que frenar también. Y se quedó pegadito, bien pegadito. Mucho muy pegadito (lo recuerdo nuevamente entre sollozos). Pensé entonces que lo que debía hacer era avanzar en cuanto el semáforo así me lo marcara o de lo contrario el loco asesino podría chocarme. Olvidé considerar un detalle importante: Aparentemente la luz roja significa "No se le ocurra sacar el pie del acelerador que lo más importante es que usted cruce al otro lado de la avenida aunque se quede detenido en el siguiente semáforo y los que sí esperaron lo vuelvan a alcanzar sin ningún problema" así que cuando mi semáforo se puso en verde y aceleré estuve a cinco centímetros cinco, y esto lo digo de manera muy literal: fueron cinco centímetros los que impidieron que me estampara de lleno contra la puerta del piloto de un auto blanco de lujo. Sucedió en cuestión de segundos, no sé cómo fue que alcancé a frenar, supongo que tengo reflejos supra humanos que hasta ahora habían permanecido latentes. Frente a mi todo pasó en cámara lenta. ¡No mames, no mames! Repetía en mi cabeza mientras con las manos temblorosas intentaba controlar el volante. El chofer intentó aprovechar el episodio para por fin dejarme atrás, pero como yo vi que nuevamente hacía su aparición la luz amarilla, aceleré sin pensarlo y le impedí el paso. El conductor asesino interpretó mi osadía como una afrenta personal, así que en el siguiente cruce de calles y al intentar pasar un tope, el cacharpo (así se llaman los gritones pregoneros chalanes distractores de los choferes ¿sabías?) descendió de la unidad y se plantó frente a mi celular en mano. Yo me quedé congelada con las manos en el volante, sin poder reaccionar intentaba dilucidar qué carajos estaba haciendo el escuincle que no me dejaba avanzar. Tomaba fotos o video o ambos no sé si de mi, o de mi autito o de mis placas jalisquillas. Hice sonar mi bocina un par de veces, tímidamente, inútilmente. Pero él seguía. Cuando decidió que tenía la evidencia necesaria, se retiró dándole un golpe a mi carro y mirándome fijamente ¿Qué hice? Levantar mi pulgar hacia arriba en forma desafiante, aunque en mi defensa debo decir que en realidad fue una reacción involuntaria de mi estúpida mano que actuó en solitario, sin autorización de mi parte. Ah, pero eso sí, cuando volvió a tomar el volante, ahí si empezó a temblar otra vez ¿no? ¡La muy cobarde! Conduje como pude hasta un lugar seguro y tranquilo donde pudiera calmar mi ansiedad, nerviosismo y angustia, fui hasta el lugar al que recurro frente a cualquier dificultad y que amorosamente me brinda paz y cobijo: Un bar. Y mientras cheleaba desconsolada escribí estas líneas pensando en que ahora mi imagen estará circulando por quien sabe donde y los camioneros me centrarán tan pronto me vean y yo tendré que cambiar de identidad y auto y no podré subir más al transporte público y seré repudiada por el gremio por siempre jamás. Hay una reflexión mucho más profunda al respecto. Pero las chelas son pocas todavía como pa' dejarla salir.

sábado, septiembre 28, 2013

Dos horas y media intentando llegar a casa

Ayer pasé atascada en el tránsito más de dos horas y media. ¡Más de dos malditas horas y media! Salí de la oficina sumida en la más profunda ingenuidad, pensando que como faltaban todavía cinco minutotes para las 6 de la tarde, alcanzaría a librar el tráfico pesado. ¡Como si eso fuera posible! ¡Como si salir con unos nubarrones negros, gigantescos sobre mi cabeza no fuera augurio suficiente! Y así me fui, por el largo y sinuoso camino hasta casa. No había recorrido ni diez kilómetros (decir 10 km es pura invención porque tengo atrofiada la capacidad de calcular distancias) cuando aguas torrenciales se precipitaron sobre mi y otro montón de incautos que nos aventuramos a salir rumbo a la tempestad. El tránsito iba haciéndose poco a poco cada vez más lento, para cuando me incorporé a Eje 6 a la altura de la plaza de Toros México, los automóviles prácticamente se habían detenido. El agua seguía precipitándose sin dar tregua y los autos no estaban dispuestos a ceder ni un centímetro. Y entonces todo el camino se volvió un viacrucis de estira y afloja, o mejor dicho, de frena y acelera incesante. Intentaba relajarme buscando buena música en el radio, pero aparentemente buena música y radio no son compatibles. Los vidrios del autito comenzaron a empañarse y la visión se volvió prácticamente imposible. Logré desempañar el parabrisas, pero los vidrios laterales y traseros no dejaban ver nada del exterior, cuando menos me daba cuenta ya tenía un trailer doble remolque justo a un costado y del otro un microbús al que el agua le hacía los mandados. He descubierto que no hay nada más temerario que intentar cambiar de carril en el DF y el nivel de dificultad aumenta cuando llueve. Cualquier indicio que demuestre intentos de movilización provoca un aceleramiento inmediato del decidido conductor que intentará bloquearte el paso ¿Cómo consiguen acelerar en un espacio imposible? Misterio. Observando a los otros descubrí que la metodología correcta es clavarte sin avisar. Desafortunadamente mi pericia (y conciencia social que últimamente empiezo a odiar) no me dan para eso. Demás está hablar de los obstáculos en el camino en forma de cráteres insorteables que se encuentran esparcidos a lo largo de cada calle y avenida. Yo en realidad ya me volví un as y vencería a cualquier en un concurso de obstáculos de esa naturaleza. Claro, si el concurso consistiera en caer precisamente en cada bache. Hace unos días tenía una reunión a primera hora del día y por supuesto, justo ese día, el despertador falló. Salí corriendo de casa a medio vestir, con el pelo enmarañado y los ojos lagañosos y entonces apliqué la técnica más cafreística posible: El semáforo que al dar la vuelta siempre toca en rojo, pero por el que nunca cruza nadie: Me lo volé. Cerrártele al automóvil de al lado porque el camión de delante de mí iba frenando para subir pasaje: Hecho. Cambiar intempestivamente de carril porque en el mío se empezaban a juntar los que dan vuelta en doble fila: pan comido. ¿Los topes dañan la suspensión? Tan solo mito urbano. Como además tenía que llegar corriendo a la reunión, entre todas estas maniobras también iba trenzándome el pelo y maquillándome. Un peatón esperando que alguien le ceda el paso: No yo, que siga esperando. Al final llegué, barriéndome, pero llegué en tiempo récord. Y durante todo el día me sentí miserable por gandalla (lo bueno es que el sentimiento de miseria me duró un día) y entendí por qué la gente conduce en la manera en que lo hace: No importan los otros, todo se vuelve una carrera contra el tiempo y contra los demás. Acelera, ni se te ocurra pensar en que hay más gente que también está fastidiada de los trayectos, que también está cansada, que también quiere llegar a algún lado, que también está harta del tránsito lento. Dos horas y media para llegar a casa. Las piernas ya casi entumidas. Metida en el coche veía con envidia a los ciclistas que pasaban, mojándose, sí, pero avanzando sin detenerse. Pinches calles construidas para coches y no para gente. Pinches gandallas como yo que nos cerramos el paso, que con nuestra impertinencia no hacemos más que provocar más y más tráfico. Accidentes. Me gusta ver a los taxis colectivos que por la mañana hacen mi mismo camino hasta Santa Fe. Los veo alejarse rápidamente mientras yo me quedo atrás, cada vez más atrás. Se van abriendo paso los unos a los otros, cediéndose el paso, esperando a sus compañeros. Eso (y su conducción temeraria) les ayuda a avanzar de manera mucho más ágil. ¿No funcionaría igual si todos hiciéramos exactamente lo mismo? (no lo de la conducción temeraria pues, pero sí lo de irse abriendo camino) Quisiera pensar que el ofrecerme como transporte particular y gratuito para compañeros de la chamba contribuye al menos con un poquito a no contaminar tanto, pero después de perder una tarde entera en el interior del vehículo me di cuenta de que de todos modos es en vano. Debería conseguirme una bicicleta, condición física de atleta profesional, un casco, un chaleco de luces y la bendición de algún dios para ir y volver sana y salva cada día. ¡Dos horas y media para llegar a casa! Para mi fue algo insólito, pero hay personas que hacen recorridos de ese tiempo todos los días ¡Todos los días! Dos horas y media para ir, otras dos y media para regresar ¿Y nos sorprendemos de la neurosis colectiva que nos aqueja a los chilangos? ¡Necesito un cigarro! ¡Y una chela! (Sí ya sé que dije que el atrancón fue ayer, pero recordar es volver a vivir)

Cuando estoy atrapada en el tránsito

Cuando estoy atrapada en el tránsito caótico de esta ciudad inevitablemente me pregunto por qué decidí venir a vivir aquí. Ya no me acuerdo, es más: ya no me importa. Pero entonces pienso por qué decidí quedarme y vuelvo a sonreír. Por un rato, por esta mañana al menos, el caos no hace mella.

martes, junio 18, 2013

¡No me hablen!

¿Por qué la gente me hablará en la calle? No es que viva en la enajenación social como la mayoría de los chilangos y que por eso evite la interacción social por sobre todas las cosas, no. En realidad, me molesta que los desconocidos me hablen por dos cosas principalmente: 1. Tengo nulas habilidades de interacción social, cuando alguien comienza una conversación sobre lo que sea, nunca sé qué responder y termino sonriendo y asintiendo a todo. 2. Odio a la gente. Y aún así, con mi cara repelente que debería funcionar como escudo de invisibilidad, la gente se siente con la confianza de hablarme por la calle, así nada más. La última ocasión fue esta mañana que abordé el metrobús y cosa extraña, iba casi vacío. Así que tomándome el tiempo para elegir asiento, me acomodé en un asiento aislado de los demás y saqué mi estuche de maquillae (he roto muchos traumas, digo, paradigmas con eso de maquillarse en el transporte público, snif) y apenas comenzaba con el laminado y pintura cuando en una de las estaciones antes de mi destino, se subió un hombre de más de setenta años y se sentó a mi lado. ¿¡Por qué?! ¿Por qué habiendo todavía un montón de asientos vacíos se sienta junto a mi? Bueno, siéntate, pero no me hables. Mi pensamiento fue como si hubiera sido una invitación directa y tácita para comenzar una conversación. ¿Le gana al metrobús o él le gana? Como mi cara de franca estupidez fue muy evidente que no entendí absolutamente nada, así que arremetió: El maquillaje, termina antes de maquillarse o llega primero a su estación. Sonreí tímidamente y le aclaré que sí, que la competencia diaria entre el maquillaje más rápido del oeste y el metrobús casi siempre me tenía a mi por ganadora. Y seguí en lo mío. O intenté, porque sin darse por vencido, el hombre comenzó una perorata sobre su nulo entendimiento del maquillaje y el nivel de detalle que requiere y de ahí sus ideas derivaron en la habilidad de las mujeres para realizar varias tareas en simultánea, muy por el contrario a los hombres, que únicamente son capaces de realizar una actividad a la vez. Y así hubiera seguido (vi claramente sus intenciones) de no haber sido porque la estación final estaba muy cerca, después de mis asentimientos, sólo abrí la boca para decir buen dia, "compermiso" y me escabullí entre la gente. Pero moverme entre tumultos nunca ha sido mi fuerte, así que de repente, ya tenía de nuevo a mi lado al hombre setentón. Mire, nos volvemos a encontrar ¿Ahora para donde va? ¡Maldita sea! Sonreí otra vez y contesté voy... para... (tratando de ubicar una vía libre de gente) ¡Allá! (la encontré) ¡Adiós! y ágilmente me fui por mi vía libre y brinqué a un camión en movimiento (no es broma, debería describir cómo funcionan las cosas en Tacubaya y otro montón de estaciones más) Di un resoplido por el esfuerzo y agradecí que al entregar mi momenda de $10 acompañada por un buenos días no recibiera más respuesta una moneda de a peso casi aventada a las manos.